En ocasiones, factores externos que no podemos evitar se combinan con nuestras características internas generando confusión, dolor, angustia, etc. Cuando este sufrimiento se vuelve especialmente intenso, cuando toma la forma de depresión, ansiedad o es persistente y se cronifica a pesar de nuestros esfuerzos, es el momento de pensar en buscar ayuda.
Si el dolor fuera físico, la mayoría de las personas no dudarían en consultar a un profesional para mitigarlo. Del mismo modo, cuando el dolor es emocional, la terapia psicológica puede aliviar los síntomas abordando las causas que provocan tales dificultades.
Igualmente, la terapia también puede resultar beneficiosa en otras circunstancias:
- Asesorando a padres en la educación de los hijos (ej. hábitos de sueño y alimentación, rabietas, etc.).
- Ayudando a resolver situaciones puntuales (ej. dejar de fumar, aprender a relajarse).
- Profundizando y potenciando el crecimiento personal (autoestima, inseguridad, consecución de objetivos, mejora del rendimiento, etc.).