TDAH: No todos los caminos llevan a Roma

Adulto y niño

¿Qué es “portarse mal”? Se suele usar esta expresión cuando alguien tiene un comportamiento poco adecuado a una situación social. Generalmente, se usa cuando niños y niñas gritan, lloran mucho, ríen cuando no toca, corretean donde no deben… Es decir, cuando “molestan”.

Hasta hace no mucho, la norma general cuando un niño “se portaba mal” era asumir que era un “maleducado” o, para los más conductistas, que “en su casa no le habían pegado lo suficiente”. Afortunadamente, hoy en día contamos con métodos educativos que no implican maltrato físico infantil.

Tampoco hace demasiado que el TDAH apareció en la escena social. Esto supuso visibilizar que algunas personas cuentan con una serie de características que podrían explicar parte de esa “mala conducta”. Con ello, los adultos del entorno de niños y niñas diagnosticados de TDAH podrían encontrar una explicación que no tuviese que ver con sus habilidades educativas. “¡Es que el chiquito es así!”

Sin embargo, en los últimos años, existe un gran debate sobre si el TDAH se diagnostica más de lo que corresponde realmente. Los estudios indican que entre el 5-7% de la población ha sido diagnosticada de TDAH (Fontes Ribeiro, 2023). En España, es como si todas las personas que viven en Galicia tuviesen TDAH. ¡Una auténtica barbaridad!

Entonces, ¿es real el sobrediagnóstico? ¿Está eclipsando el diagnóstico de TDAH otras cosas más complejas de ver y de trabajar?

 

¿QUÉ ES EL TDAH?

TDAH son las siglas de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Se trata de un trastorno del neurodesarrollo caracterizado por dificultad para inhibir los impulsos,

dificultad para mantener la atención e hiperactividad. Según cuáles de estas características predominen en cada caso, el TDAH se puede clasificar de 3 maneras: con predominio inatento, con predominio hiperactivo-impulsivo o combinado, cuando no predomina ninguno de los anteriores.

Tener TDAH no significa ser incapaz de atender o inhibir la conducta, sino que estas tareas requieren de un esfuerzo cognitivo mayor que para otras personas. Esto se debe a que las vías cerebrales que permiten atender, ignorar otros estímulos o inhibir la conducta no se han desarrollado de la manera habitual (de ahí que se clasifique como trastorno del neurodesarrollo). De hecho, los síntomas comienzan a hacerse menos evidentes a partir de la adolescencia, ya que el cerebro continúa madurando hasta alrededor de los 21 años, mejorando sus capacidades.

Puesto en un ejemplo, cuando montamos en bicicleta, debemos mantener el manillar en la dirección hacia la que queremos ir, pedalear a una velocidad adecuada al camino y frenar cuando sea necesario. A algunas personas les resultará más bien fácil mientras que otras tendrán que hacer un mayor esfuerzo para conseguirlo. El caso de personas con TDAH no es distinto. Pueden mantener la atención en la dirección que deseen, manejar su “nerviosismo” y “frenar” cuando sea necesario. La única diferencia es que, para lograrlo, necesitan realizar un mayor esfuerzo que otras personas.

 

LA ETIQUETA

Dar un diagnóstico es poner nombre a un conjunto de características que generan un malestar en una persona y/o su entorno. Identificándolas, se puede ofrecer una explicación al malestar y su origen, así como trabajar para conseguir manejar esas situaciones. Es decir, diagnosticar sirve para hacerse una idea de qué sucede y cómo trabajar para tratar de remediar el malestar.

Sin embargo, poner una etiqueta clínica es un arma de doble filo. Al identificar un conjunto de características con un nombre, se le asocian una serie de consecuencias “buenas” y “malas”. Es decir, se genera un estereotipo y, por tanto, unas expectativas sobre la conducta de esa persona. Es más, al tratarse de una etiqueta clínica, un “trastorno” en el caso del TDAH, el estereotipo genera expectativas centrándose en qué “cosas malas” hace tener a la persona.

Es probable que, mientras leías este artículo, hayas pensado que me he pasado poniendo comillas (“ ”). No es que quiera relativizar todas esas expresiones, sino que te tomes un momento para repasar todas esas palabras entrecomilladas. “Portarse mal”, “maleducado”, “molestan”, “nerviosismo”, … Este es el estereotipo del TDAH, las “cosas malas” que se atribuyen a ese nombre y, por tanto, a quienes se les da sin llegar siquiera a conocerlas. En consecuencia, cuando esa persona muestre alguna de las conductas esperadas en alguien con esa etiqueta, lo más común es no llegar a plantearse si se deben al TDAH o a otros factores que las expliquen mejor.

En niños, tener la etiqueta llega a eclipsar un factor fundamental para entender su comportamiento: ¡también son niños! Igual que a una persona puede picarle una pierna teniéndola rota como a cualquier otra con las piernas intactas, un niño con TDAH puede distraerse porque no le interese la clase como cualquier otra persona de su edad, y también más mayor.

 

NO TODO ES TDAH

Del mismo modo que la etiqueta influye en cómo se percibe al niño y cómo se interpreta su conducta, también sucede al revés. Cómo los adultos del entorno de un niño se relacionan con él e interpreten su comportamiento pueden influir en que sea diagnosticado, en el caso que nos ocupa, de TDAH.

Resulta que los criterios diagnósticos que el DSM 5 (APA, 2013) propone para el TDAH incluyen información que debe ser aportada por el entorno de la persona, puesto que algunos se refieren a hechos observables en su ambiente natural. Por tanto, considerar que los criterios se cumplen o no puede depender de cómo esa persona interprete la información que se le pide. ¿Cuántas veces debe distraerse un niño para considerar que lo hace con frecuencia? ¿Qué criterio sigue el profesor para decir que el niño no atiende o simplemente mira por la ventana mientras escucha con atención? ¿Cuánto es hablar excesivamente? Y, sobre todo, ¿hay otras cosas que los observadores no sean capaces de ver, y que expliquen mejor todas estas conductas?

Entonces, cabe la posibilidad de que un adulto observador aporte información algo sesgada que haga inclinar la balanza hacia el diagnóstico. También puede suceder que las conductas del niño que llevan a los observadores a percibirlos de esa manera tengan otras explicaciones, como problemas en casa, poco descanso, preocupaciones, acoso escolar, … O puede que sencillamente sean niños, y muchas de las cosas que hacen, a los adultos, nos pueden resultar molestas.

 

LLEGAR A ROMA

En conclusión, existe todo un mundo de posibilidades antes de llegar a la conclusión de que un niño suele “portarse mal” o no atender porque tiene TDAH. Ya hemos visto que, aunque realmente tenga TDAH, no todo su comportamiento puede explicarse por ello. Los niños aprenden a ser personas cada vez más autónomas para explorar, expresarse y relacionarse. Y como personas que son, también atraviesan situaciones que les irritan, excitan o distraen. No olvidemos que los adultos también tenemos emociones y no siempre las expresamos de la manera socialmente más aceptada.

Por tanto, para terminar, te ofrezco algunos consejos para que las etiquetas, no sólo de TDAH, sean justas y beneficiosas para quienes las reciban:

  • Profesional experto y honesto. Quien dirija la evaluación debe conocer en profundidad los problemas que se evalúan. Por el contrario, lo mejor es derivar a otro compañero más indicado para el caso.
  • Entorno coterapéutico. Las personas del entorno deben ser coterapeutas, es decir, tanto en la evaluación como en el tratamiento posterior pueden ser de gran utilidad y cruciales para ayudar a la persona. Por ello, deben conocer bien su tarea y cómo llevarla a cabo, con la ayuda del profesional.
  • Diagnóstico diferencial. No se trata de elegir una etiqueta y buscar información que la confirme, sino de plantear varias posibilidades y que la información conduzca hacia la opción que más se ajuste al caso.
  • No obsesionarse con la etiqueta. Hemos visto que es un arma de doble filo que puede llevar a caer en estereotipos que resulten más perjudiciales que beneficiosos. El diagnóstico debe ser una herramienta, no la solución.
Psicólogo en Elche Héctor Martínez

Psicólogo y formador

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