Empezamos el año 2021, dejando atrás un año que nos ha hecho enfrentarnos a situaciones como padres nunca antes vividas. Han sido momentos de estrés, donde han aflorado nuestros miedos, nuestras incertidumbres, donde el control que teníamos en nuestro día a día se evaporaba por momentos. Nos hemos tenido que adaptar a las circunstancias con la inseguridad y miedo de que nuestros pequeños pudieran hacerlo, y sin duda, ellos han sido los que se han enseñado cómo conseguirlo, con su espontaneidad y naturalidad, haciendo que valorásemos lo realmente importante, el aquí y el ahora. Han sido meses de muchas emociones encontradas y donde hemos tenido que gestionarlas de la mejor manera posible. Hemos sentido frustración, enfado, tristeza, alegrías, miedos…. pero sobre todo nos hemos dado cuenta de la necesidad que tenemos del contacto con los demás, de poder sacar nuestras emociones y de sentirnos comprendidos por las personas importantes para nosotros.
Ahora, paremos un instante, nos vamos a convertir es un niño o niña de 7 años, de la noche a la mañana todo ha cambiado para él, ya no voy al cole, no puedo compartir con mis compañeros mis juegos preferidos, ni merendar en el parque como cada tarde. Veo a mis papas preocupados, y he dejado de pasar tarde con los abuelos. De repente personas importantes para mí desaparecen de mi día a día, y los veo a través de videollamadas. Mi mundo ha cambiado. Pasado unos meses de nuevo todo vuelve a la normalidad, bueno como dicen los mayores la nueva normalidad, vuelvo al cole, pero no puedo moverme de mi mesa, tengo que llevar mascarilla y no puedo compartir momentos con otros niños que no sean de mi grupo burbuja, han desaparecido los abrazos, los besos, y empezamos a fijarnos en los ojos para percibir la emoción de los demás. Pero disfruto cada día inventando juegos nuevos en el patio, realizando actividades diferentes y con deseo de seguir aprendiendo.
Los adultos nos preguntamos cómo puede adaptarse a una situación tan complicada, y la respuesta es que afrontan dicha situación con su miedo, con su frustración, con su inseguridad, pero sobre todo buscando la felicidad en esas pequeñas cosas, en esos instantes.
Si a nosotros los padres, nos dieran la oportunidad de pedir un deseo para el presente y futuro de nuestros hijos, sin lugar a duda pediríamos que fuesen felices. Una educación centrada en las emociones, ayuda a saborear esas pequeñas cosas que nos provocan emociones positivas, o poder compartir con los demás esas emociones que nos resultan desagradables y que en ocasiones parecen tan grandes que no me siento capaz de superar. Después de 14 años siendo psicóloga infantil, cada vez que trabajo con un niño la emoción del enfado, siempre me responden que enfadarse es malo, cuando les pregunto si conocen alguien que jamás se enfade, se sorprenden cuando pasado unos minutos nunca encuentran a nadie que tenga dicha capacidad.
Los padres somos los grandes modelos para nuestros hijos, las figuras más importantes para ellos, en muchas ocasiones queremos que sean capaces de gestionar adecuadamente el enfado o frustración, pero no nos damos cuenta de la importancia de mostrarles con nuestro ejemplo como se hace. En ocasiones intentamos ocultar las cosas que nos frustran, nos enfadan o nos entristecen a nuestros hijos, y queremos mantenerlos al margen de nuestras emociones, sobre todo si no nos hacen sentirnos bien, e incluso cuando las mostramos están relacionadas con alguna de sus conductas, como que no quiera hacer sus deberes, que tengan una rabieta o se peleen con su hermano. Nuestros hijos necesitan saber que hoy papá o mamá están enfadados porque no han tenido un buen día en el trabajo, o que se siente frustrado porque creían que les daría tiempo a hacer más cosas de las que al final han podido realizar, que todos nos encontramos barreras cuando andamos por nuestros caminos, pero que siempre hay un cambio alternativo. Cuando nuestros hijos se sienten enfadados, frustrados, tristes, les pedimos que no deben sentirse así, privando el derecho a sentir esas emociones, incluso les buscamos su camino alternativo, cuando tu amigo no quiera jugar contigo le digo que tiene que jugar con otro amigo o decírselo a la profesora. Tal vez deberíamos mirarle a los ojos, escuchar su emoción, empatizar con ella y luego preguntarle que alternativa se le ocurre para superar dicha barrera. Y lo más importante de todo, que no hay persona que no cometa errores, y que cuando esto ocurre siempre hay una solución.
Educar en emociones, es empatizar, comunicar, escuchar y aprender a gestionar juntos. La clave es convertirse en grandes modelos para nuestros hijos, pero modelos de los que se equivocan, porque solo así podremos aprender.
Si consideráis que necesitáis un pequeño empujón para conseguir dicho objetivo, no dudéis en llamarnos.