
Las mujeres que enfrentan problemas de salud mental se ven doblemente afectadas: por su condición y por las desigualdades de género. Esto les dificulta acceder a educación, empleo, atención médica y apoyo social, aumentando su vulnerabilidad. Estas dificultades son distintas a las que enfrentan hombres y mujeres sin problemas de salud mental, lo que las coloca en una situación de vulnerabilidad agravada.
Las investigaciones han demostrado que hombres y mujeres experimentan trastornos psiquiátricos de manera diferente, no solo por factores biológicos, sino también por las normas sociales que influyen en la forma en que cada género gestiona su bienestar emocional. Las expectativas de la sociedad juegan un papel clave en cómo las mujeres expresan y enfrentan su sufrimiento. Además, las mujeres suelen estar más expuestas a factores de estrés relacionados con su entorno social y cultural, como la carga de trabajo no remunerado (cuidado de hijos y familiares), la violencia de género y la discriminación laboral. Estos factores pueden aumentar el riesgo de desarrollar trastornos de salud mental, pero a menudo no se tienen en cuenta en el abordaje terapéutico.
El estigma social también afecta la percepción de las mujeres con problemas de salud mental. A menudo, sus testimonios sobre abusos o violencia son desestimados, lo que refuerza su vulnerabilidad. La interiorización de estos prejuicios puede generar en ellas sentimientos de invalidez, reduciendo su autoestima y capacidad de autodeterminación. La falta de habilidades sociales y personales las priva de herramientas para defenderse, tomar decisiones y reclamar sus derechos.
Además, estos roles afectan la manera en que las mujeres buscan ayuda. Mientras que los hombres pueden manifestar sus problemas a través de conductas agresivas o abuso de sustancias, las mujeres tienden a interiorizar el sufrimiento, lo que puede llevar a la automedicación o el aislamiento.
Es fundamental que los sistemas de salud mental incorporen una perspectiva de género que permita ofrecer una atención diferenciada y adaptada a las necesidades de las mujeres. Solo así se podrá garantizar un abordaje justo e inclusivo para mejorar su calidad de vida.
El sesgo de género en la medicina ha llevado a que los estudios e investigaciones en salud mental se realicen con base en modelos masculinos. Esto significa que los diagnósticos, tratamientos y abordajes terapéuticos no siempre consideran las particularidades biológicas y psicosociales de las mujeres.
Es fundamental reconocer que la salud mental no solo está influenciada por factores genéticos y biológicos, sino también por aspectos hormonales, sociales y culturales. Las mujeres experimentan cambios hormonales significativos a lo largo de su vida, desde la pubertad hasta la menopausia, lo que puede impactar su salud mental de formas que no siempre se consideran en los estudios médicos.
Por ejemplo, la depresión y la ansiedad son trastornos que afectan más a las mujeres que a los hombres, en parte debido a la influencia de las hormonas reproductivas como los estrógenos y la progesterona. Sin embargo, muchos tratamientos para estos trastornos han sido diseñados basándose en investigaciones realizadas en hombres, sin considerar cómo las fluctuaciones hormonales pueden influir en la efectividad de ciertos fármacos.
Por otra parte, existe una tendencia a subestimar el dolor de las mujeres, lo que puede llevar a que sus síntomas sean considerados como "exageraciones" o "problemas emocionales" en lugar de condiciones médicas legítimas. Esto también ocurre con los síntomas de ansiedad y depresión, que a menudo son atribuidos a factores emocionales sin una evaluación médica exhaustiva.
Además, el estigma social a menudo invalida sus testimonios sobre abuso o violencia, perpetuando su desprotección. La falta de acceso a recursos especializados y el enfoque inadecuado de los tratamientos agravan aún más esta situación.
Para mejorar la salud mental de las mujeres, es fundamental adoptar un enfoque integral que tenga en cuenta los factores biológicos, sociales y estructurales. Entre las principales estrategias para abordar este problema se encuentran:
- Garantizar acceso equitativo a servicios de salud mental. Es necesario ampliar la cobertura de atención psicológica y psiquiátrica en los sistemas públicos y privados, asegurando que las mujeres en situación de vulnerabilidad puedan acceder a estos servicios.
- Incluir la perspectiva de género en la atención. Los profesionales de la salud deben recibir capacitación para detectar y tratar los problemas de salud mental desde un enfoque de género, considerando aspectos como la violencia, la carga de cuidados y la discriminación.
- Fomentar la prevención y detección temprana. Es esencial implementar programas de educación emocional en colegios y comunidades, además de campañas de sensibilización sobre trastornos mentales comunes en mujeres.
- Promover la investigación con enfoque de género. Es necesario estudiar cómo los trastornos mentales afectan de manera diferenciada a hombres y mujeres, incluyendo a más mujeres en ensayos clínicos para desarrollar tratamientos más efectivos.
- Reducir el estigma social. La sociedad debe ser más consciente de la importancia del cuidado de la salud mental femenina y fomentar representaciones positivas en los medios de comunicación.
- Mejorar la atención en salud perinatal. Ampliar los programas de detección y tratamiento de la depresión posparto y ofrecer apoyo psicológico durante el embarazo y el puerperio es esencial para el bienestar de las mujeres en esta etapa.
- Involucrar a la sociedad en el cambio. Promover la corresponsabilidad en los cuidados entre hombres y mujeres e impulsar políticas públicas inclusivas contribuirá a construir una sociedad más equitativa y saludable.
Garantizar la salud mental de las mujeres es un compromiso social. La equidad en el acceso, la sensibilización y el apoyo integral son esenciales para que todas las mujeres puedan vivir una vida emocionalmente plena y saludable.
Psicóloga Adultos, Adolescentes y Familias