
El estrés y la ansiedad suelen verse como experiencias negativas que debemos evitar a toda costa. Nos aceleran el corazón, nos hacen sentir inquietos e incluso pueden bloquearnos en momentos clave. Sin embargo, lo que muchas veces pasamos por alto es que estas respuestas son completamente naturales y cumplen una función importante: prepararnos para afrontar desafíos. En lugar de luchar contra ellas, podemos aprender a manejarlas y utilizarlas a nuestro favor, convirtiéndolas en un impulso que nos ayude a rendir mejor y afrontar con mayor eficacia las exigencias diarias.
Sentir estrés o ansiedad ante un reto no es algo malo en sí mismo. De hecho, cierto nivel de activación es necesario para mantenernos motivados, concentrados y listos para responder ante situaciones que requieren nuestra atención. El problema surge cuando interpretamos esas sensaciones como una señal de que algo va mal o de que no seremos capaces de afrontarlo. Numerosos estudios han demostrado que la forma en que percibimos el estrés influye en cómo nos afecta. Si lo vemos como una amenaza, nuestro rendimiento y bienestar pueden verse perjudicados; pero si lo consideramos un recurso que nos ayuda a estar alerta y preparados, su impacto negativo disminuye e incluso podemos sacarle provecho.
Por ejemplo, antes de una presentación o un examen, es común experimentar nerviosismo, sudoración o un aumento en la frecuencia cardíaca. En lugar de interpretar estas sensaciones como signos de un posible fracaso, podemos verlas como la manera en que nuestro cuerpo nos prepara para la acción. Cambiar esta perspectiva no solo reduce el malestar emocional, sino que también nos ayuda a responder con mayor confianza y eficacia.
Si bien el estrés puede ser un motor para la acción, es fundamental aprender a regularlo para que no nos desborde. Algunas estrategias clave para lograrlo incluyen:
- Control de la respiración: Técnicas como la respiración diafragmática o la técnica 4-7-8 (inhalar durante 4 segundos, sostener el aire por 7 y exhalar en 8) ayudan a reducir la activación del sistema nervioso y a recuperar la sensación de control.
- Reestructuración cognitiva: Cambiar la forma en que interpretamos el estrés es fundamental. En lugar de pensar "Estoy demasiado nervioso, seguro que fallaré", podemos reformularlo como "Estoy nervioso porque esto es importante para mí, y mi cuerpo me está ayudando a concentrarme".
- Actividad física: El ejercicio no solo ayuda a liberar la tensión acumulada, sino que también regula los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y promueve la producción de endorfinas, que generan sensaciones de bienestar.
- Descanso y organización: La falta de sueño y la incertidumbre pueden intensificar la ansiedad. Establecer una rutina de sueño y planificar las tareas de forma estructurada disminuye la sensación de caos y permite afrontar los desafíos con mayor claridad.
- Mindfulness y meditación: Estas prácticas ayudan a entrenar la mente para enfocarse en el presente y reducir la tendencia a la preocupación excesiva sobre el futuro.
Grandes atletas, artistas y profesionales de éxito no están libres de ansiedad o estrés. Lo que los diferencia es su capacidad para canalizar estas emociones en acciones productivas en lugar de dejarse paralizar por ellas. En lugar de luchar contra la ansiedad, han aprendido a convivir con ella y a utilizarla como una fuente de motivación. Si logramos cambiar nuestra perspectiva y aplicar estrategias para regular nuestras respuestas al estrés, podemos transformar lo que antes veíamos como un problema en una herramienta que impulse nuestro desempeño y bienestar. Al final, no se trata de eliminar la ansiedad por completo, sino de aprender a gestionarla para que juegue a nuestro favor en lugar de en nuestra contra.
La próxima vez que sientas que la ansiedad te invade, recuerda: no es una señal de que algo está mal, sino de que tu cuerpo está listo para el desafío. Aprende a manejarla, úsala a tu favor y conviértela en tu superpoder. ¡Tienes todo para lograrlo!
Psicóloga y formadora