Ira que destruye en ira que construye…. ¿Qué pasaría si esta emoción tan intensa y poderosa que puede llegar a nublar la capacidad de pensar y hacernos perder el control, pudiéramos utilizarla de manera que nos ayudara a resolver las situaciones de conflicto?
En muchas ocasiones, sentir rabia es algo inevitable, justificado e incluso útil, pero otras veces, conlleva una explosión que acaba sacando la peor parte de la persona.
¿Qué podemos hacer si nos sentimos furiosos?, ¿es mejor contener la rabia o dejarla salir sin contemplaciones?.
Reconducir la energía que se genera con la ira significa conocer la emoción para poder controlarla. Por un lado aceptar su presencia y saber que los pensamientos y sentimientos que la acompañan son irracionales. Por otro, es necesario encontrar la manera de sentirse dueño de la situación, con la capacidad de razonar y comprender.
Os propongo una serie de pasos para aprender a encauzar la ira:
- Reconocer el sentimiento. Es importante detenerse a identificar qué es exactamente lo que se siente, intentando poner en palabras las sensaciones. Reconocer que estamos airados y que algo nos ha molestado. El objetivo principal de la ira, es por tanto, avisarnos de algo que sucede en nuestro interior.
- Admitir la frustración. El enfado es una señal que aparece ante un deseo o una expectativa que no se ha visto realizada; la rabia surge por una percepción de frustración o daño. Para descubrir qué ha desencadenado esa rabia, podemos hacernos algunas preguntas: ¿Cuál ha sido la situación que me ha molestado tanto?, ¿Por qué me enfurezco de esta manera?, ¿Lo que siento en este momento, me recuerda a alguna experiencia desagradable pasada?.
- Asumir la responsabilidad. La tendencia más fácil al sentir la rabia es echar las culpas fuera, hacia las otras personas o circunstancias: “Me saca de mis casillas”, “Esto es algo injusto”… y… ¡reaccionamos!. Es una forma de legitimar el propio enfado. Con esta actitud, damos por supuesto que los sentimientos están fuera de nuestro control. Por el contrario, la ira, de quien más habla es de nosotros mismos, de cómo reaccionamos ante un hecho. Si lo entendemos así, nos ayudará a responsabilizarnos de nuestra emoción y a conocernos a través de ella.
- Liberar la energía. Al sentir ira, el cuerpo responde al instante segregando adrenalina, la hormona que tensa los músculos, acentúa la alerta e incrementa los latidos del corazón. Es una respuesta instintiva. Para descargar esta tensión, podemos llevar a cabo diferentes alternativas: Correr unos metros (el ejercicio practicado de forma regular resulta útil), dar golpes sobre un cojín, gritar; tomar distancia dando un paseo, sentarnos a respirar durante unos minutos hasta que nos sintamos más calmados.
- Expresar el mensaje. Una vez que comprendemos lo que estamos sintiendo, hay que hacer llegar a la otra persona nuestros sentimientos, nuestro punto de vista, la expectativa que no se ha visto cumplida. Asumir los sentimientos propios, teniendo en cuenta también las necesidades y sentimientos de la otra persona.
Experimentaremos ira a lo largo de toda nuestra vida, ya desde la infancia. La expresión adecuada de la rabia ante la frustración constituye un aprendizaje constante. Entender que el enfado tiene una importante función nos ayudará a manejar la emoción. La rabia nos sirve para llamar nuestra atención, para resolver la situación que nos está afectando de manera negativa; nos ayuda a reafirmarnos, a diferenciarnos del otro, a expresar el propio punto de vista y nuestras necesidades.