Estoy segura de que todos nosotros en los últimos tiempos hemos oído hablar de un concepto que cada vez se está escuchando más: el comer emocional. De hecho, aunque no le hayamos puesto el nombre, también es seguro que todos lo hemos hecho alguna vez, no es algo nuevo: comer como consecuencia de una emoción.
Bueno, no es algo tan extraño. Después de todo, nuestras emociones lo impregnan todo y sí, también la comida. Desde ese alimento al que le cogimos tanto asco hasta esa merienda a la que volvemos con tanto cariño porque nos recuerda a cuando éramos peques. Sin perder de vista que toda la vida social gira en torno a la comida, desde quedar a desayunar con una amiga antes de entrar a trabajar hasta una boda, comida familiar, cena de empresa, cita en restaurante, comida de trabajo, plan de cine y cena... Y todas esas asociaciones que parece que ya llevamos escritas a fuego...chocolate para la depre, unas cañas para celebrar, verduritas para sentirnos “buenos” y esa hamburguesa tan rica para premiarme porque “me lo he ganado”.
¡Ah! Y espera, que aún hay más. Resulta que los azúcares afectan a los neurotransmisores de nuestro cerebro, especialmente la dopamina, haciéndonos sentir súper bien, contentos, reconfortados y con ganas de más.
Así que, claro, cómo no van a ir unidas esas dos palabras.
Y, bueno, ¿qué problema hay en ello? Hasta el momento ninguno. Es inevitable que las emociones estén asociadas a la alimentación y está bien así. Es también fuente de placer y disfrute, vivir la comida con los 5 sentidos. El problema llega cuando la comida se convierte en nuestro principal recurso de gestión emocional, puede, incluso, que el único.
¿Y cómo llega la comida a convertirse en una herramienta emocional? Como decíamos más arriba, alimentación y emoción van de la mano, por lo que no es tan difícil llegar a asociarlas de esa manera. Y es que, ya desde pequeños aprendemos todos esos factores positivos asociados a la comida. De hecho, comemos y nos sentimos bien. La sangre va al estómago y me siento calmado, parece que todos mis demás procesos se han puesto en pausa. Pero este efecto sólo dura un ratito, y si no tengo otra herramienta para seguir gestionando mi emoción, voy a tener que seguir comiendo y comiendo y comiendo... Aburrimiento, ansiedad, tristeza, agobio, estrés, enfado...da igual lo que sienta, si no tengo una estrategia adecuada para gestionar esa emoción, cuando ésta llega voy a sentirme desbordada y voy a comerme algo que me ayude a regularla un poquito, que baje la intensidad, que me haga sentir tener un poquito de control...¿y luego qué? En realidad, no hemos hecho nada con esa emoción, simplemente la hemos tapado con el proceso de comer.
¿Y cuál es el problema de comerme mis emociones? Pues como mi sistema digestivo no está preparado para digerir emociones, se me van a indigestar, es decir, no las voy a poder procesar y van a causarme problemas emocionales.
Además, como me alimento cuando mis emociones lo ordenan, sin orden ni concierto, mis rutinas alimentarias se van a desbaratar, pudiendo causar un perjuicio a mi salud y entro en una zona de riesgo para el desarrollo de problemas relacionados con la alimentación, como trastornos de conducta alimentaria, obesidad, ciclos de atracón y culpa…
Entonces, ¿cómo puedo saber si estoy comiendo emocionalmente? Suele caracterizarse por varias cosas:
- Urgencia: sentir de repente un impulso urgente que sentimos que no se puede demorar, necesito comérmelo ya.
- Ignorancia de la saciedad: es decir, da igual si he tomado una comida completa hace sólo una hora. Este tipo de hambre no tiene en cuenta mis señales de hambre y saciedad fisiológicas.
- Tipo de alimento: rara vez esta urgencia va a ser por comerme un kilo de zanahorias. Lo común en el hambre emocional es que me apetezca algo rico en azúcares y grasas, calóricos, con mucho sabor.
Vale, ¿y qué hago?
- Lo primero es parar y reflexionar: cada vez que tenga el impulso de ir corriendo a comerme algo, vamos a tomarnos un momento. ¿Tengo hambre de verdad? Si no es hambre, ¿qué es? Esta pregunta es fundamental, pues según la necesidad que voy a llenar con la comida, necesitaré hacer una cosa u otra. Son increíblemente variadas las emociones que puedo sentir, usar un mismo recurso para todas ellas no tiene mucho sentido, ¿verdad? Es como si tomase un paracetamol tanto si me duele el hombro, como si me he hecho un corte en un brazo, como si tengo un tapón en el oído. Puede que el paracetamol me ayude un ratito a sobrellevar la molestia, pero la realidad es que ni va a disolver mi tapón ni va a limpiar y cicatrizar mi herida.
Así, una vez identifiquemos qué es lo que me está llevando a comer, podremos ponerle la solución idónea para ella.
- Una vez identificada la emoción, voy a preguntarme por qué: ¿qué está causando que me sienta así? Para gestionar adecuadamente una emoción necesitamos entender por qué estoy sintiendo esa emoción, ¿qué ha ocurrido?, ¿qué situaciones son las que me activan?, ¿por qué eso que ha ocurrido me ha alterado tanto?
Acudir al origen del problema y solucionarlo desde ahí, disminuirá la probabilidad de volver a refugiarnos en la comida y aumentará nuestro bienestar psicológico.
Si crees que esto te está ocurriendo y te está costando gestionarlo adecuadamente, te animo a contactar con nuestros psicólogos. Te podremos ayudar a profundizar en tu relación con la comida y te enseñaremos herramientas para que comiences a regular tus emociones de una manera sana y eficaz.