De un tiempo a esta parte, en los últimos años cada vez más, se escucha la palabra “resiliencia”, que es entendida como la capacidad de las personas para adaptarse y superar situaciones adversas e incluso salir reforzados de ellas.
Desde una crianza respetuosa y de buenos tratos, es lógico pensar que toda madre/padre o cuidador principal de los niños y adolescentes, pretendan que sus hijos crezcan resilientes, con el fin de que obtengan un menor sufrimiento de las experiencias a las que se han de enfrentar a lo largo de sus vidas.
Las primeras aproximaciones teóricas a la resiliencia nacieron en los años 40 con los estudios realizados por René Spitz y Anna Freud sobre niños internados en orfanatos que habían sufrido traumas durante la Segunda Guerra Mundial, cuyas observaciones mostraron cómo el desarrollo de los niños tiende a cesar como resultado de la privación emocional (Cristina Castelli, 2015). Posteriormente, en la década de 1970, la teoría del vínculo de apego de John Bowbly (1980) allanó el camino para el desarrollo del concepto de resiliencia.
Por la evolución histórica que ha ido obteniendo el término de resiliencia y entre las múltiples definiciones que existen sobre este concepto, escojo la que considero abarca una definición que se puede comprender de manera sencilla y completa y la que es adoptada también por Jorge Barudy (2005), en su modelo de “Buenos tratos en la infancia”. Esta es: “La resiliencia es la capacidad de una persona o de un grupo para desarrollarse bien, para seguir proyectándose en el futuro a pesar de los acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves”. (Manciaux, Vanistendael, Lecomte y Cyrulnik, 2003).
Al tratarse de una capacidad, la resiliencia se aprende y, para ello, es de especial importancia la relación y vínculo que se establece con el bebé desde la vida intrauterina y primeros 18 meses, momento clave para generar una base segura con la mamá o cuidador principal del bebé donde se proporcionan todas las necesidades y cuidados de alimentación y afectivos de una manera amable, respetuosa y de buenos tratos.
A pesar de establecer un apego seguro con los niños y llevar a cabo una crianza respetuosa, esto no les exime de tener experiencias dolientes o adversas, pues forman parte de la vida que no nos es posible eliminar o controlar. Sin embargo, gracias a la plasticidad cerebral, los seres humanos somos la especie con mayores recursos biológicos que nos permiten adaptarnos a los cambios que se producen en el entorno.
Para entender los niveles en los que se construye la Resiliencia, seguimos el modelo de la “casita” de Vanistendael (2000), cuya metáfora podemos utilizar también para explicar a los niños/as desde los contextos educativos.
Este autor sostiene que la resiliencia es como construir una casita.
En primer lugar, se encuentra el suelo o terreno sobre el que está construida: se trata de las necesidades básicas, materiales elementales como la alimentación y los cuidados de la salud.
Luego vienen los cimientos con la red de relaciones más o menos informales que conforman nuestra red de apoyo: la familia, los amigos, los compañeros del colegio/IES o los colegas del trabajo; lo cual incluye sentirnos aceptados y valorados de manera incondicional.
En el primer piso se encuentra la capacidad para buscar una coherencia y dar sentido a nuestras experiencias y a nuestra vida en general. Consiste en ser capaces de responder a “para qué” nos pasan las cosas, en lugar de quedarnos anclados en el “porqué” de las experiencias desagradables que nos ocurren. No se trata solo de buscar la causa, sino de ver qué nos aporta una determinada situación, qué nos enseña, de qué manera nos puede hacer crecer.
En el segundo piso encontramos las cuatro “habitaciones” de la persona resiliente: la autoestima, las competencias, las aptitudes y el sentido del humor.
Por último, en el altillo o buhardilla se encuentra la apertura a nuevas experiencias. Una buena construcción va a permitir una mayor apertura a nuevas experiencias que también pueden contribuir a la resiliencia y el abandono de la zona de confort.
Ahora que conocemos que la resiliencia no es algo innato con lo que se nace, sino que se desarrolla desde la infancia y a lo largo la vida gracias a las experiencias que vivimos, pensamientos y conductas, dejamos algunos aspectos importantes a entrenar desde casa para fomentarla en los más pequeños.
- Establecimiento de relaciones sociales. Enséñales el valor de la amistad, respeto, cómo ser amistoso con los demás y crear una red de apoyo social.
- Fomenta la solidaridad social. Al educar a los niños, hay que mostrarles lo importante (y necesario) que es ayudar a los demás, sin forzarles ni obligarles y, al mismo tiempo, fomentar la empatía, es decir, ayudarles a ponerse en los zapatos de otra persona.
- Mantener una rutina diaria que le guíe generando estructura, seguridad y un contexto predecible, que les haga salir reforzados cuando las llevan a cabo.
- Enseña a tomar un descanso, desarrollar la creatividad y, a pesar de mantener rutinas, aprender a ser flexibles a los cambios y generar momentos dinámicos y de juego, “saltarse las reglas” de vez en cuando.
- Fomenta el autocuidado. Enseñar desde peques de qué manera cuidarse, alimentarse, descansar, hacer deporte…tiempo de juego, aburrimiento y diversión, sin tener cada minuto programado, como estrategia para enfrentar situaciones estresantes.
- Establecer metas u objetivos alcanzables y en pequeños pasos, en los que se vaya reforzando su consecución, ya que les hará sentir la capacidad de logro y autoeficacia.
- Fomentar una autoestima positiva. Conversar de manera conjunta sobre la superación de situaciones adversas pasadas, de su aprendizaje y ayudando en la búsqueda de sentido del humor, siempre que sea posible y adaptativo al acontecimiento.
- Enseñarle a solucionar los problemas. Guiarles en el proceso, con búsqueda de alternativas, teniendo en cuenta los pros y contras de cada una de ellas para elegir la mejor opción y después, valorar el resultado.
- Fomentar el autoconocimiento, búsqueda de potencialidades, debilidades, dificultades y limitaciones o amenazas con las que se perciben.
- Enseñarles que el cambio forma parte de la vida. Los cambios pueden a menudo ser terribles para los niños y adolescentes. Si les enseñamos que la vida está en constante cambio y que normalmente no tenemos el control sobre ello, estaremos enseñando a que asuman la parte de responsabilidad que corresponde a los acontecimientos y poseerán una estabilidad emocional mayor para enfrentarlos.
“La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, el arte de metamorfosear el dolor para darle sentido; la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma”.
“La resiliencia es más que resistir, es también aprender a vivir”.Boris Cyrulnik