Hubo una época en que algunos clínicos culparon (erróneamente) a los padres y madres acerca de los desórdenes o dificultades en el comportamiento de sus hijos/as. Sin ir más lejos, en 1940 Leo Kanner, uno de los más influyentes psiquiatras infantiles de la época, manifestó que los niños/as con autismo habían sido criados por madres emocionalmente distantes. Actualmente, se ha demostrado que esto no era cierto.
Desde entonces y aún hoy en día, hay una lista interminable de actitudes que se atribuye a padres y madres: se mima demasiado a los niños, no se les demuestra suficiente cariño, son excesivamente estrictos o permisivos, se da demasiada confianza o se está demasiado pendiente de los niños… se les elogia en exceso o no se les alaba lo suficiente.
La consecuencia de todo lo anterior es múltiple; padres con culpa, sentimiento de vergüenza, enfadados e inmersos en la cuestión de “cómo saber cuándo se están haciendo las cosas de manera adecuada”. Desde el punto de vista profesional, ante cualquier atisbo de duda con respecto a lo que está ocurriendo a nuestros hijos, lo recomendable sería solicitar ayuda.
Cómo reconocer que tu hijo necesita ayuda y qué aspectos tener en cuenta a la hora de tomar una decisión:
- Pensar en buscar ayuda para tu hijo como en un proceso de consulta o búsqueda de evaluación, sin que inicialmente implique otro tipo de compromiso. Recibir ayuda no significa necesariamente que el niño necesite medicación o un tratamiento de larga duración, sino realizar una evaluación del niño para determinar si una intervención sería beneficiosa. El proceso no debería ser diferente de cuando llevamos a nuestros hijos al pediatra por cualquier síntoma físico.
- Empezar por revisar diferentes áreas del comportamiento del niño: observar el funcionamiento académico, social, familiar y emocional de tu hijo para decidir si necesita algún tipo de ayuda. No hay una definición estándar al respecto por lo que habría que fijarse en si tu hijo realiza conductas y tareas propias de su edad como ir al colegio, hacer amigos y mantenerlos, si entiende las reglas básicas y las sigue, cómo es su estado de ánimo, etc.
- Una vez que se ha decidido que el niño reciba terapia psicológica por el motivo que sea, hay que ser conscientes de la importancia de los padres como aliados del terapeuta. Se puede hacer poco en una hora de terapia a la semana sin la colaboración del entorno más cercano del niño: los progenitores, abuelos/as, así como profesores/as en algunos casos. Las intervenciones más efectivas normalmente requieren realizar cambios en casa y en ocasiones en la escuela. La implicación de los padres es la manera más efectiva de que hacer que un niño mejore.
- Hay veces en que los padres se obsesionan en encontrar cuál es la causa de lo que les sucede a sus hijos, es decir, qué o quién ha sido el causante de su condición actual. Lo que interesa es centrarse en lo que ocurre en este momento, en qué se puede hacer para que el niño mejore. El pasado nos servirá para construir la historia del niño, que nos ayudará a trabajar su momento presente.