La mayoría de nosotros/as hemos sido educados/as en el “no hagas al otro/a lo que no quieras que te hagan a ti” y con ello, muchos/as hemos crecido intentando que los demás se sintieran bien a nuestro alrededor. Aprendimos que tenemos que (com)portarnos bien y que el buen trato es un principio de convivencia importante. Además, algunos/as también crecimos bajo el mandato de la complacencia haciendo que el foco de nuestra atención se centrara más en el bienestar ajeno y se nos olvidara el nuestro propio.
Todo ello, unido a otros muchos factores tanto sociales como individuales, nos ha hecho responsabilizarnos de algo que no nos pertenecía: las emociones de los demás.
Hazte estas preguntas:
- ¿Te cuesta afrontar los conflictos y decir lo que te molesta?
- ¿Suele afectarte que alguien esté enfadado o triste, aunque no tenga nada que ver contigo?
- ¿Sientes que tienes que estar disponible siempre cuando te necesitan?
- ¿Sueles dejar tus necesidades en último lugar?
- ¿Tienes la sensación de que das más de lo que recibes?
- ¿Te cuesta tomar decisiones que pueden afectar a otras personas?
- ¿Sueles hacer tuyos los problemas ajenos?
- ¿Tienes la necesidad de que te cuiden, pero cuando lo hacen no te sientes cómodo/a?
Si has contestado “sí” a la mayoría de estas preguntas, puede que tengas una tendencia a responsabilizarte de lo que sienten los demás.
Los seres humanos somos incapaces de controlar lo que sentimos, cuándo lo sentimos y cómo lo sentimos, pero podemos aprender a manejar qué hacemos con eso que estamos sintiendo. Cada uno es responsable de su propia gestión emocional y cargarnos con el peso de las emociones de otros/as nos puede llevar a sentirnos saturados/as, que nuestra autoestima se vea afectada, que nos cueste tomar decisiones y, sobre todo, a dejar de lado nuestro autocuidado.
Si ponemos el foco en nuestro propio manejo y comportamiento podremos responsabilizarnos de la parte que realmente nos corresponde. Por ejemplo, si hemos discutido con un amigo y nos hemos enfadado, podemos preguntarnos si hemos actuado bien o si lo hemos tratado de forma adecuada (esto sí es nuestra responsabilidad). En el caso de que quizá hayamos dicho cosas hirientes o hayamos utilizado unas malas formas, podemos disculparnos e intentar evitar que eso vuelva a suceder (esto también es nuestra responsabilidad). Pero una vez reparado el daño, lo que le dure a nuestro amigo su enfado o las consecuencias que se deriven de él, corresponden a su propia gestión emocional (esto ya no es nuestra responsabilidad).
Es importante que aprendamos a no asumir cargas que no son nuestras y tengamos cuidado con estar cediendo continuamente en nuestros límites para evitar que el otro/a se sienta mal. Es imposible que podamos estar siempre disponibles y es esencial que nos sintamos con el derecho de expresar lo que nos molesta o nos duele, asumiendo la parte que nos corresponde y entendiendo que los demás también tienen la suya.