¿Quién soy yo? Parece una pregunta sencilla de responder. Al nacer nos ponen un nombre que sirve para identificarnos, por lo que lo usamos para responder a esta cuestión. Sin embargo, quién es una persona es algo a lo que, si no tuviésemos nombres, cada persona respondería de una manera. Que todo el mundo llame del mismo modo a una persona no quiere decir que todos tengan el mismo concepto de esa persona. Tampoco quiere decir que el concepto que una persona tiene de sí misma coincida con el que el resto de la gente tiene de ella. Y es que no, no existe tal cosa como una realidad objetiva, sino que cada cual construye su propia realidad, pues construir la realidad es la forma que tenemos de dar un sentido a lo que nos rodea para relacionarnos con el entorno.
Ese concepto de uno mismo se construye basándose en las características que se percibe que se tienen y las que no. Determina, entre otras muchas cosas, lo valiosa que una persona cree que es, es decir, cómo se valora a sí misma. Esto es a lo que llamamos autoestima.
La autoestima es la valoración positiva y subjetiva que una persona hace de sí misma. Cuando hablamos de una autoestima elevada, hablamos de que nuestras emociones hacia nosotros mismos son agradables. Aparece cuando nos aceptamos como somos, con nuestros defectos y nuestras virtudes. En definitiva, cuando nos queremos. Una baja autoestima es lo contrario. Una persona con la autoestima baja experimenta una cierta aversión hacia sí misma: no le gusta lo que ve en el espejo, no se siente capaz de hacer las cosas, piensa que vale menos que los demás… Como constructo psicológico que es, la autoestima no es un concepto dicotómico, no es blanco o negro, sino que es un continuo entre autoestima elevada y baja en el que influyen muchos factores. Cuando nuestra autoestima se encuentra más bien elevada, se habla de que se tiene una autoestima sana.
El cerebro humano, como científico que es, toma por cierto aquello que es evidente hasta que nueva información indique lo contrario. La autoestima se construye en base a cómo yo me percibo: ¿Soy capaz de enfrentarme a las dificultades de la vida? ¿Soy una persona querida por los demás? ¿Qué valor tengo como persona? En definitiva, son mis experiencias vitales las que dan sentido a quién soy (autoconcepto) y cómo me valoro (autoestima).
El entorno juega un papel muy importante en la construcción del autoconcepto y, por tanto, de la autoestima. La información que llega del entorno se contrasta con las creencias que se tienen para confirmarlas o desmentirlas. Esto es a lo que Cooley llamó el espejo social: cómo yo percibo que me ven los demás. Si yo pienso que los demás me ven como una persona valiosa, es más probable que me vea a mí mismo como alguien valioso. En cambio, si mi entorno me indica que soy un desastre y que no valgo para nada, es posible que me valore menos.
En las últimas dos décadas, las redes sociales han irrumpido con mucha fuerza en este juego de quién es quién. Se han convertido en la mayor herramienta de marketing de nuestro tiempo, y no sólo en beneficio de las empresas que las financian a cambio de nuestros datos para usarlos con fines comerciales, sino que son una herramienta de marketing personal.
Las redes son una fuente de confirmación casi inmediata sobre lo valorado que es el contenido que se expone. Es decir, que cuando subimos contenido sobre nosotros mismos, como qué estamos haciendo, nuestros logros, nuestro físico, nuestra ropa, nuestro estado emocional o nuestros gustos, obtenemos una serie de reacciones en forma de likes, comentarios, seguidores y demás. Estas reacciones nos indican lo valioso que los demás consideran que es lo que se ha mostrado. O sea, que las redes sociales son un espejo social en que no hace falta inferir lo que los demás piensan, sino que lo expresan abiertamente.
Quien sube contenido a las redes lo hace esperando reacciones positivas. Cuanto más alto sea el número de reacciones positivas, mejor. Lo interpretamos como una cuantificación real de lo “bueno” que es lo que hacemos, e incluso comparamos con las publicaciones de otros para ver qué se valora más y poder igualarlo y hasta superarlo.
Cuando una persona alcanza un gran número de seguidores, se le llama influencer, es decir, influyente. ¿Por qué? Porque es alguien que, por su contenido (lo que hace, dice y piensa) ha obtenido un gran número de reacciones positivas, con lo que se le considera como alguien muy valioso. En consecuencia, un gran número de personas la siguen porque quieren adoptar muchas de sus cualidades para ser igualmente valiosas. Y con ese objetivo a la vista, la tentación de manipular la realidad para que se ajuste a los gustos de los jueces de internet está más que presente.
Un gran inconveniente de las redes es esa manipulación de la realidad. Gran parte del contenido muestra un recorte de la realidad en que se destaca lo más valorable (o se inventa) y se omite lo menos deseable con el único fin de agradar. Un ejemplo claro es la gran vida de lujos que los influencers muestran en sus canales: casas, coches, viajes, ropa de marca, … Todo ello muchas veces alquilado y patrocinado por las empresas que sustentan las redes. Ese contenido de realidad recortada de influencers y sus imitadores, junto con las reacciones positivas de la gente, generan en los usuarios unas expectativas poco realistas sobre cómo es alguien valioso.
Este tipo de publicaciones no sólo generan expectativas poco realistas, sino que suelen intentar generar sentimientos de ineficacia en la gente para conseguir sus objetivos (trabajar 8 horas es de “borregos”, no eres rico porque no quieres, no sabes idiomas porque te han enseñado mal, …). Es decir, que el mensaje es “Así es una persona exitosa (valiosa), y tú no puedes ser así porque no sabes, así que te voy a enseñar a ser como yo. ¡Sígueme!”
El peligro potencial de las redes sociales para la autoestima es, por tanto, que su contenido puede generar en los usuarios expectativas poco realistas y sentimientos de ineficacia para cumplir con ellas. El espejo social nos indica cuáles de esas expectativas cumplimos y cuáles no. Y es que, como esas expectativas NO son realistas, es muy difícil que lleguemos a vernos cumpliéndolas. Por lo tanto, no podremos considerarnos personas valiosas.
Entonces, ¿la solución es no usar las redes sociales? ¿Vivir en el ostracismo digital? ¿Prohibir su uso directamente? Tal vez, a estas alturas de la historia, eliminar el uso de las redes sociales sea un tanto utópico, pues se han convertido en un elemento prácticamente esencial en los procesos de socialización actuales. Pero no solo eso, sino que, si hubiésemos de eliminar todo aquello potencialmente perjudicial, seguramente deberíamos prohibir incluso comer.
Por otra parte, se ha demostrado que educar en un uso responsable de las redes sociales contribuye a minimizar los efectos negativos sobre la autoestima. En ese sentido, ahí van algunos consejos prácticos para mantener una autoestima sana y seguir usando las redes. Al fin y al cabo, no dejan de ser un buen entretenimiento.
- Ajusta las expectativas. Hemos de ser conscientes de que las redes muestran una realidad más bien ficticia, moldeada al gusto del consumidor, en que se destaca lo deseable y se esconde lo menos valorable.
- Contrasta la información. Al fin y al cabo, detrás de esa falsa realidad se esconde la verdadera, y una manera de mantenerla a la vista es contrastando la información con otras fuentes (otras cuentas, otras redes, periódicos, estudios científicos o hablando con otras personas).
- Limita el tiempo de uso. Cuanto más tiempo pasemos expuestos al contenido de las redes, más información nos llegará desde ahí y menos desde otras fuentes, por lo que mayor peso tendrá esa información de las redes para influir en nuestras creencias.
- Realiza otras actividades. Lee, escribe, escucha y toca música, haz deporte, practica algún hobby. Ser capaz de hacer cosas mejora el sentimiento de autoeficacia, por lo que mejora la autoestima.
- Relaciónate con gente en la vida real. Habla con tu familia, amigos, compañeros de trabajo o estudios e incluso con desconocidos. La mejor manera de generar expectativas realistas sobre cómo es una persona valiosa en la sociedad y de saber cómo nos ven los demás es hablando y compartiendo experiencias con gente real.
- Cuida tu cuerpo. Sin importar cómo seamos físicamente, dedicar tiempo a cuidar el cuerpo es una forma excelente de mostrar amor por uno mismo.
- Apóyate en profesionales. Los expertos son la mejor fuente de información sobre los temas que dominan, por lo que también son los más capacitados para ayudarnos cuando las exigencias de la vida sobrepasan nuestras habilidades.
- Cuida de los más jóvenes. Educar a nuestros niños y adolescentes en el buen uso de las nuevas tecnologías ayudará a prevenir prácticas perjudiciales para su salud. En el artículo ¡En línea! Uso saludable de las Redes Sociales, de Nerea Amorós, que puedes leer en el blog de Mindic, encontrarás más consejos prácticos sobre el uso adecuado de redes sociales en los más pequeños.
Psicólogo y formador